El universo no basta
para abarcar tu mirada. Tus ojos son dos océanos negros, negrísimos, donde
naufragan mis miedos. Tus ojos ― pupilas vestidas de noche, blanca verdad de
gelatina, azufre y sombra― me darán muerte. Y es que nací con tu mirada que es
toda la luz del mundo. Y es que cuando parpadean muero por un instante. No
tengo que hacer un poema de tu mirada: ella sola es poesía. Ojos negros de
tierra, breva, mineral.
Mírame, pequeña,
mírame. Devela las tormentas de mi mirada, el fuego del abismo bajo mis
parpados. Si los ojos son la ventana del alma (como afirman los malos poetas), déjate
caer en el ruido de la mía. Sólo mirémonos en el núcleo mismo de lo que
somos. Arranca mi piel con tus ojos, mírame hasta que sangre. Mírame hasta que
parpadeemos, hasta que nos agarre el sueño. Y en el baile de mis parpados
cerrados encontraré de nuevo tu mirada, el océano negro, negrísimo, donde
naufragan mis miedos.