En Bogotá las calles están numeradas. Carreras y
calles tienen los nombres de números y su progresión es, en teoría, ordenada. De
forma que calcular las distancias resulta en un ejercicio relativamente
sencillo. En Córdoba, como en muchas otras ciudades del mundo, las calles
tienen nombres históricos. Esto me ha confundido en la medida en que quiero
moverme libremente por la ciudad pero no tengo idea de hacía dónde estoy yendo.
Tengo que consultar el mapa que me dieron en el aeropuerto cada tanto, para
encontrar los sitios que he señalado como de interés. A veces, no obstante, lo
guardo en mi gabán y me olvido de su existencia. Entonces la ciudad se
convierte en un laberinto, acaso para que descubra cada detalle mágico que
esconde guiado por la música del azar. Ayer me dejé llevar por las avenidas y encontré
una fastuosa catedral capuchina a la que ingresé solo, a pesar de la innata aversión
que me producen las estatuas religiosas principalmente por sus ojos congelados en un instante
doloso. Luego quedé fascinado por una fuente de roca donde el agua cae
libremente sobre la cabeza de unos simios. Ya había visto varias fuentes,
algunas de leones, de ángeles. Están dispuestas por toda la ciudad casi
arbitrariamente pues no son monumentos de nada, vigilan cafetines o quioscos de
prensa. Al equivocar el rumbo, al extraviarme en la ciudad he encontrado la
emoción de encontrar fuentes. Ellas no están marcadas en el mapa así que sólo
puedo dar con ellas guiado por la casualidad, un giro en una esquina al que me
obliga el instinto. Es fantástico estar parado en la mitad de lo desconocido y
encontrarse con el sonido del agua entre el tráfico y las voces.
" (...) A veces para sobrevivir renunciamos al conocimiento. Y cuando todos duermen escribimos… Pero un poema es el fósil de un sueño, el cadáver de un dios… ¿Aún podremos salvarnos?" Gonzalo Márquez Cristo - Las palabras perdidas.
martes, 17 de julio de 2012
Intantes cordobeses II: Primer poeta argentino
Córdoba no sólo es la cuna de la primera universidad
argentina, cuarta a nivel latinoamericano, sino también ostenta el título de
ser la ciudad de origen del primer poeta argentino: José Luis de Tejeda y
Guzmán. La obra del argentino está revestida del espíritu barroco de la poesía
religiosa del siglo XVI y XVII. Poco he encontrado de su obra regado en la red,
quizás debería buscar sus libros en algún museo. La sola idea me asusta, el
buscar la poesía como un testimonio histórico más que por su calidad estética
me angustia sin saber muy bien el porqué de esta turbación. Ahora bien, dando
vueltas por la ciudad, por sus iglesias, me he encontrado con placas que
conmemoran el nacimiento del poeta. Es como si la religiosidad inmanente al
espíritu cordobés estuviese revestido de la belleza del lenguaje, la
celebración de la santidad, del amor metafísico a Dios a través de la pulcritud
del verso. Siempre me he declarado abiertamente ateo, pero las iglesias que
están ligadas de alguna u otra manera a José Luis de Tejeda operan con un
magnetismo indescifrable sobre mi persona. Y ya no puedo dejar de visitar una
iglesia sin pensar en el poeta, aunque su construcción fuera posterior a la
muerte de Tejeda, porque cada ícono me remite a un verso de la tradición, cada
pintura me recuerda la simbología que he estudiado y cómo cada una de ellas es
narrativa, da razón de la vida de los santos. Igual que la obra de Tejeda,
primer poeta argentino.
Instantes cordobeses I: Primeras impresiones
Fundada en 1573 por el sevillano Jerónimo Luis de
Cabrera, la ciudad de Córdoba, Argentina, es la típica ciudad colonial latinoamericana.
La Plaza San Martín, cercana al hotel donde me hospedo, es el núcleo
fundacional de la capital de la provincia homónima de Córdoba. La Catedral, la
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, colinda con el antiguo Ayuntamiento
(hoy un museo histórico donde convergen obras de distintos periodos de la producción
artística cordobesa). He subido al campanario de la Catedral y he observado,
hasta donde me alcanza la mirada, la ciudad. La arquitectura colonial convive
con las edificaciones modernas, de forma que Córdoba por un lado reconoce su
importancia histórica y, por el otro, permite el libre desarrollo urbano propio
de los tiempos modernos, convirtiéndose en un importante centro cultural,
económico, educativo, financiero y de entretenimiento argentino. No deja de
sorprenderme este contraste pues, más que preservarse en el tiempo, la ciudad
valora su legado y mira hacia adelante, al progreso. Esperemos que el momento que ocupa la historia argentina contemporánea no perjudique estas ansías de crecimiento.
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