Córdoba no sólo es la cuna de la primera universidad
argentina, cuarta a nivel latinoamericano, sino también ostenta el título de
ser la ciudad de origen del primer poeta argentino: José Luis de Tejeda y
Guzmán. La obra del argentino está revestida del espíritu barroco de la poesía
religiosa del siglo XVI y XVII. Poco he encontrado de su obra regado en la red,
quizás debería buscar sus libros en algún museo. La sola idea me asusta, el
buscar la poesía como un testimonio histórico más que por su calidad estética
me angustia sin saber muy bien el porqué de esta turbación. Ahora bien, dando
vueltas por la ciudad, por sus iglesias, me he encontrado con placas que
conmemoran el nacimiento del poeta. Es como si la religiosidad inmanente al
espíritu cordobés estuviese revestido de la belleza del lenguaje, la
celebración de la santidad, del amor metafísico a Dios a través de la pulcritud
del verso. Siempre me he declarado abiertamente ateo, pero las iglesias que
están ligadas de alguna u otra manera a José Luis de Tejeda operan con un
magnetismo indescifrable sobre mi persona. Y ya no puedo dejar de visitar una
iglesia sin pensar en el poeta, aunque su construcción fuera posterior a la
muerte de Tejeda, porque cada ícono me remite a un verso de la tradición, cada
pintura me recuerda la simbología que he estudiado y cómo cada una de ellas es
narrativa, da razón de la vida de los santos. Igual que la obra de Tejeda,
primer poeta argentino.
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