En la esquina de la calle Belial y la
avenida Sabba existe una casa con las ventanas tapadas con pedazos de cajas de
cartón. Para un desconocido que camine por ahí, la casa pasa desapercibida.
Después de todo es un edificio antiguo, invadido por el moho que amenaza con devorar la ciudad,
sucia de graffitis y afiches que se
remontan al año en que Madonna se presentó por única vez en la capital. No
obstante, para los entendidos, el símbolo de una serpiente en aerosol rojo en
la parte inferior de la puerta, es una invitación para degustar de los más
deliciosos placeres de la ciudad.
A
la entrada, una mujer obesa y vieja, sentada en un sofá roto y desteñido,
recibe las chaquetas y gabanes de los clientes. Luego, sin levantarse de la
silla, les enseña el salón donde bailan las muñecas. Les llaman muñecas porque
aún no han abandonado la pubertad.
Las
muñecas están obligadas a llamar papá a los clientes y abuela a la anciana
obesa sentada en la mecedora de la entrada.
El
show no difiere en gran medida del de los demás bares de streap-tease. La única particularidad reside en el hecho de que
éstas bailarinas apenas están desarrollando sus atributos femeninos.
En
una tarima con un largo tubo metálico las muñecas se menean al ritmo de la
música. No llevan lencería. Visten pequeños calzones con figuras de Disney o de
caricaturas de moda. Estela, por ejemplo, se caracteriza por sus prendas con
estampados de pokemones y un elástico verde tan gastado que, cuando baila, se escurre
hasta la ingle, revelando un vello púbico incipiente, apenas una ligera sombra peluda.
Cuando
las muñecas cumplen quince años son llevadas a otras casas de la ciudad. Para
los clientes de la Casa de Muñecas han perdido todo su atractivo. El encanto
radica en la inocencia de las muñecas por ello, si lloran en el escenario, los
clientes aflojan su corbata y se relamen el vodka de los labios. Algunos de
ellos afirman que es la máxima delicia.
Por
una tarifa especial se puede proceder, en compañía de una muñeca, a las
habitaciones de fantasía. Allí las paredes están revestidas de empapelado que
remite a Alicia en el país de las maravillas, a los castillos acuáticos de la
Sirenita o a los de Aladín. Hay columpios y muchos cojines. A veces, un bol de
cristal lleno de dulces que las muñecas chupan para quitarse el mal aliento y
el sabor salado de la boca.
Por
las mañanas entre las ocho y las doce, las muñecas tienen la libertad para
jugar con las barbies que les regalan
los clientes que han desarrollado especial afecto por ellas. Sin embargo poco
duran éstos juguetes pues las muñecas prefieren quemarles la zona púbica con
los cigarrillos que roban a la abuela o que les regalan sus padres. Dicen que
no se sienten cómodas con una muñeca tan limpia.
Nadie
sabe de dónde vienen las muñecas. Nadie sabe tampoco a donde son enviadas tras
cumplir los quince años. No es que importe mucho. Al alcanzar ésta edad sus
articulaciones se mueven con dificultad, casi rechinando, su rostro parece de
alguna manera derretido y, por más que lo intenten, no pueden peinarse, de
manera que su cabello se encuentra siempre desordenado.